Literatura

“Incontrolable deseo (c)” (Concurso de Relatos Breves San Valentín 2013)

Necesité fuerzas para enfrentarme a él. Su vertiginosa altura amedrantaba a cualquier persona que se le acercara, por muy fuerte que fuera. Aquel oscuro hombre exudaba un aura de peligrosidad que hacía temblar todas las terminaciones nerviosas de mi ser. Y no sólo era eso. Aquella sombría y penetrante mirada se había quedado posada en mí, como si fuera un plato suculento al que devorar.
Aclamé al cielo para que borrara de mis pensamientos las chifladas imaginaciones que atormentaban mi mente, sin embargo, fue inevitable soñar despierta con aquel hombre, que atendía mi cuerpo de una manera escandalosa, moviéndose y arrastrándose igual que una serpiente y dejando su huella por todos los rincones de mi piel, saboreando hasta el último rincón y saciándose hasta la locura.

Desperté de la locura y volví a mirarlo. Como una tonta que era, caminé hasta él aún hipnotizada por su aroma, por su presencia, por su carisma. Él sonrió ante mi atrevimiento, enseñando unos dientes perfectos, tan blancos como la leche, que adornaban su atractiva boca. Ahora, nuestros cuerpos tan sólo lo separaban una simple silla.

―¿Quién eres? ―pregunté inquieta y desesperada por saber su nombre.
―¿Acaso no lo sabes, hermosa? ―su peligrosa voz penetró en mi alma como un rayo, adueñándose de mis sentidos.

Creí que el mundo se desmoronaba, recordando esa voz, un pasado tan lejano.

―No, no puede ser… ―contesté asustada.
―No digas eso, muchacha. Sí que puede ser... Tu sueño se ha hecho realidad ―dijo él agarrando la silla y apartándola del medio. Dio un paso hasta pegarse a mi cuerpo; elevé la cabeza para ver sus ojos.
―¿Cris? ¿Eres tú? ―pregunté ahora con lágrimas en mis ojos, encogiendo las entrañas.
―¿Acaso no me reconoces?

Tragué saliva porque se atascaba en mi garganta. No podía ser. Hacía tanto tiempo que no le veía en sueños... tan sólo era una chiquilla cuando tenía aquellos encuentros apasionados en mis propios sueños, noche tras noche, con Cris amándome desesperadamente. Sin embargo, dejé de soñar con él cuando cumplí los veinticinco, y entonces las hermosas apariciones se borraron para siempre.

Es él. Mi conciencia me lo afirmó.

Y lo corroboré enseguida al reconocer un lunar bajo su barbilla. Pero, ¿cómo diablos había conseguido Cris salir de mis propios sueños? La ridícula pregunta se instaló en mi cabeza propinándome incertidumbres nuevas. Él había sido mi dios, el ser inmortal que siempre se había adueñaba de mi cuerpo cada vez que entraba en mi dulce y agradable descanso. La noche siempre era perfecta para sucumbir a su lado, mientras que el plácido sueño me transportaba hasta ese hombre de mirada inquietante, de ojos que chispeaban bajo la tenue luz de las velas. Cris se adueñaba de mí, como si jamás me volviera a ver, amándome, besándome y poseyéndome innumerables veces hasta hacerme delirar. Y yo aclamaba desesperadamente su corazón, su alma, igual que el mismo dios Hades hacía con la vida de los mortales.

―¿Cómo has llegado hasta mí? Todo esto es una locura... ―La ilusión del momento se mezcló con un regusto amargo de miedo.
―Hice un pacto con alguien ―soltó descaradamente. Atrapó mi barbilla e hizo que lo mirara―. Ahora puedes tocarme, preciosa. Ya no volverás a verme en sueños, soy real ―y con esa frase atrapó mis labios decididamente.

Sentí mi corazón a punto de estallar, el frenesí se apoderó de mí. Tal fue la extraña pasión, que me puse de puntillas y fortalecí aquel impacto en los labios. Una lágrima se derramó por mi mejilla cuando las manos de él, fuertes y robustas, acariciaron mis hombros con delicadeza deslizándolas por el contorno del antebrazo hasta llegar a mis muñecas. Allí se recreó haciéndome suaves cosquillas y luego resbalándolas hasta mi palma, produciéndome escalofríos placenteros que recorrieron todas mis terminaciones nerviosas. Y sólo con sentir sus caricias.

Creí que volvía a estar en el sueño, abandonándome a su merced, saboreando el delicioso aroma de su aliento.

Cris se había implantado en mi corazón de una manera demoledora, aplastante.

Me aparté de él a mi pesar y le dije:

―No quiero que te vayas nunca. No soportaría más tu ausencia ―mis conmovidas palabras hicieron efecto. Él me miró con intensidad, dejándome sin aliento.
―¿Piensas que volvería a sufrir este calvario? ¿Crees que eres la única que ha pasado por esto? Me he llevado más de cinco años entrando en tus sueños para estar contigo, para hacerte mía, para sentir tu cuerpo, tu mente, tu corazón.

Aquella confesión casi me deja caer de espaldas. Y Cris tenía razón. En casi todo ese tiempo, él me buscaba siempre, a través del portal onírico, hasta dar con el canal que lo llevaba hasta mis sueños. Sin embargo, un día decidí poner fin a esta locura, dado el amor que estaba sintiendo por alguien intangible.

―Lo siento ―confesé.
—No lo sientas, preciosa. Ahora el momento es nuestro, y ya nadie podrá rebatárnoslo.

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